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Península Mitre, el último extremo de los Andes (por Ana Gandino)

Updated: May 9, 2021



Llegar al fin del mundo es una idea seductora, y en esta búsqueda, muchos han llegado a Tierra del Fuego. Sin embargo, la última nota de la sinfonía del continente americano se olvida en el extremo más recóndito de esta legendaria isla. Cuando llegué a Tierra del Fuego, conocí a Nahuel, un compañero aventurero que me habló de un lugar en los confines de la isla donde se podía ver el final de los Andes desapareciendo en el mar. Este lugar era el extremo más austral del continente americano, un lugar salvaje e inhóspito, con un clima hostil y del que solo se conocían algunas historias. En este entorno único, mi experiencia de cómo moverme en la montaña sería de poca utilidad, a excepción de la resistencia para llevar una mochila pesada durante días. Este lugar mágico es la Península Mitre, una tierra escondida de los depredadores económicos. Su naturaleza salvaje está bastante bien conservada gracias a su lejanía. Aún así, es muy frágil y vulnerable, dependiendo de la conciencia de quienes lo atraviesan.


Una de las vistas más hermosas de la Península Mitre: Bahía Valentín y sus playas doradas.

Foto tomada desde las Montañas Negras. (Foto: Nahuel Stauch)


Hace casi 30 años, varias organizaciones iniciaron un cuidadoso trabajo para obtener una ley que proteja esta península única y la declare Área Protegida. Los intereses de los sucesivos gobiernos no lograron comprender la importancia y el gran valor que tiene para toda la humanidad. Uno de los últimos estudios destaca la importancia de su suelo como gran mitigador del cambio climático. Esta península está formada casi en su totalidad por turba, y por tanto es capaz de almacenar una formidable cantidad de carbono, funcionando efectivamente como sumidero de este gas que estamos produciendo sin control. Además, existe una enorme diversidad de especies que habitan sus tierras y costas. Un ejemplo emblemático es el Huillín (Lontra provocax), una nutria endémica y en peligro de extinción, ¡quizás aún más amenazada por el desconocimiento de la población sobre su propia existencia!


Huillin (Lontra Provocax), es muy raro poder observarlos, habitan sectores muy restringidos de la costa sur de la Península Mitre. Esta fotografía fue "donada" por Sergio Anselmino para ser utilizada con fines de divulgación científica y conservación. (foto: Sergio Anselmino)


Las aguas que rodean la Península son parte de las rutas migratorias de pingüinos y muchas otras especies de aves, así como de ballenas y otros mamíferos marinos que se dirigen hacia la Antártida. Esta Península aún está llena de secretos, y sus paisajes esconden testimonios de pueblos originarios que datan de hace 6.000 años.


El Pingüino Rey se suele encontrar solitario en las costas de la Península. (Foto: Nahuel Stauch). En el centro, restos de varamientos ocasionales de mamíferos marinos en la Costa Norte. (Foto: Ana Gandino). Y a la derecha, los Montes Negros, en la culminación de la Cordillera de los Andes, con cóndores y guanacos, los grandes regalos de esta hermosa cordillera. (Foto: Nahuel Stauch).


No necesitaba más razones para ir a explorar estas 300.000 hectáreas. 15 días fueron suficientes para dejarme encantada. Desde aquella primera vez, he vuelto en diciembre de cada año a la Península en busca de nuevos pasos para conectar una costa con la otra, pasando por el corazón de las turberas. O pararse en la cima del Cerro Campana (el más alto en el extremo oriental) desde donde se puede ver el Estrecho de Le Maire, Isla de los Estados y numerosos cóndores sobrevolando el mar.



Cerro Campana es el más alto de la zona con casi 700 m. Desde su cima se logra una vista de 360 ° de toda la Península Mitre, incluida Isla de los Estados. (Foto: Nahuel Stauch).


Saltar a lo desconocido para descubrir lo que hay ahí fuera y experimentarlo en plena conciencia es una forma de proteger nuestro patrimonio. "No dejes que te lo cuenten", decía Don Oyarzun, ícono de la Península. Descubrir este lugar me hizo darme cuenta, una vez más, de los grandes tesoros que tenemos en Argentina y que no valoramos lo suficiente. Creo que esto se debe a la suma del desconocimiento, la desinformación de los medios y la mirada constante e instituida hacia afuera, hacia otros lugares que tomamos como ideales. Si no sabemos lo que tenemos, es imposible cuidarlo, protegerlo. Si no cuidamos nuestra tierra, nadie lo hará por nosotros, quedará acéfala, a merced de los depredadores que buscan nuevos lugares para extraer lo que puedan.


Estancia Puerto Rancho, mejor conocida como "Casa Vieja", es el resto de lo que fue un intento de asentamiento. Es el primer puesto / refugio que encontrarás después de 15 km de caminata. Ubicado en la costa del Canal Beagle. (Foto: Nahuel Stauch)

Por eso llegamos a la conclusión de que la mejor forma de proteger la Península era con la acción. Decidimos acercar a las personas, acompañarlas a vivirlo, hacer accesible este territorio y acabar con la idea errónea de que "es solo para unos pocos seleccionados". Con este propósito en mente, creamos una serie de talleres donde los participantes adquieren herramientas de seguridad, planificación y técnicas de "no dejar rastro" para poder explorar la Península y cualquier lugar que deseen. Algunas escuelas también fueron parte de estos talleres, donde adaptamos el programa para adolescentes. Durante el taller, los participantes descubren el lugar, sus particularidades, experimentan este paraíso y encuentran tanto la belleza cruda como los impactos resultantes de la falta de protección. Al hacer de este lugar tu hogar durante unos días, aprendes a valorarlo y cuidarlo. Esta experiencia nos transforma en agentes multiplicadores, que comprenden la importancia de proteger estos lugares, comprometiéndonos con la causa y descubriendo que todos podemos aportar un granito de arena. Estos granos acabarán formando una gran playa, llena de voluntades, participando activamente en la protección del patrimonio. No solo para nosotros, sino también para las generaciones venideras.


Paisaje clásico mitrero. Entrando en la costa norte. (Foto Nahuel Stauch)


Ahora es el momento de actuar, explorar dentro de nosotros mismos, buscar el granito de arena que podamos aportar a la causa de cuidar nuestro lugar. Es hora de dejar nuestra zona de confort para ver más allá y comprender el valor real de la tierra. Abarrotados de ciudades, perdemos de vista las vastas extensiones de paraíso que nos rodean. Este modelo de vida impuesto por la sociedad de consumo está obsoleto. Este modelo es un modelo reproductivo y de corto plazo, que nos induce constantemente a seguir sus pautas. Pero también está claro que VOS / nosotros podemos cambiar el rumbo de las cosas, no es necesario ser famoso o malo. Solo tenemos que sumergirnos en nuestro interior, descubrir nuestras fortalezas, fijarnos un objetivo claro pero pequeño para empezar, y despegar. Aparecerán más testamentos y se unirán en el camino. Todos somos responsables del lugar donde vivimos, tenemos el poder de crear un espacio mejor, solo se necesita algo de determinación y mucho amor.

Solo aquellos que han disfrutado tumbados de espaldas mirando estrellas, pájaros o formas en las nubes, conocen la importancia de la existencia de aquellos.

Un intento de capturar la belleza de la Península. Costa norte. (Foto Nahuel Stauch)


Sobre la autora

No es fácil expresar con palabras las motivaciones que llevan a actuar por una causa social. Este tipo de acciones forman parte de una búsqueda interna donde el cuestionamiento es constante. Sin embargo, este proceso es necesario para poner nuestras propias creencias bajo el microscopio, un ejercicio fundamental para reconstruirnos. Buscar palabras que puedan transmitir pasiones no es cosa fácil, muchas veces siento que todas las palabras son demasiado pequeñas. Para citar a Humboldt: "lo que se dirige al alma escapa a nuestras medidas". Por eso mi lema como "facilitadora" (la palabra docente o educadora no me representa) es la búsqueda constante de la creación de espacios donde las personas puedan experimentar la tierra, experimentarse, vivir y sentirse. Esto crea una huella que permanece en el cuerpo, y que genera un nuevo punto de vista del que es casi imposible escapar. Aunque podemos intentar ignorarlo cuando volvamos a la civilización y a la vida cotidiana, al final el cuerpo no miente. Tarde o temprano, esa verdad experimentada comienza a guiar nuestras decisiones.

La montaña como forma de vida aparece en mi vida a los 26 años, en Mendoza, con la inmensidad de los Andes y el colosal Aconcagua. Tenía que conocerme a gran altura, entonces, el esquí apareció lentamente, y un día me di cuenta de que en mi vida la pasión y el trabajo eran una sola cosa en un deleite de sensaciones intensas: la frustración, la superación, la sensación de ratoncitos en mi cabeza, encontrarme con mis fantasmas y abrazarlos, no quedaba nada que esconder. Cada montaña es una representación en miniatura de la vida misma: la emoción de afrontar algo enorme, darlo todo para superarlo, el cansancio, la frustración, la perseverancia, y finalmente llegar a la meta, o no. Para aprender a retirarse cuando es debido, aprenda que cada experiencia en sí misma puede generar felicidad absoluta y finalmente, la sensación más gratificante de todas: ese cansancio extremo. Ese cansancio es el resultado de habernos esforzado mucho, ese cansancio es el que da paz y nos motiva a ir por más. Después de todo, sabemos que regresaremos con una experiencia duradera y más sabiduría en nuestra mochila.

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